lunes, 11 de julio de 2011

Torbellino

Como si estuvieran animadas por un ilusionista las hojas bailaban sobre la vereda de la avenida. La recorrían subiendo y bajando en espiral. Se trasladaban unos cuantos metros hacia un lado y volvían sobre sus pasos. No había ningún espectador para observarlas. Eran las seis de la mañana de un domingo de enero. De pronto el espectáculo parecía llegar a su fin y tomaba nuevamente fuerzas. Volvía a elevarse y a correr por la vereda como un niño jugando.

Las madrugadas de los fines de semana eran desoladas en esa cuadra, como si tuvieran que descansar de la noche de los teatros que siempre termina muy tarde. Las persianas del Café permanecían cerradas. No había porteros de edificios. No pasaba el diarero. Parecía que todos querían que esa calle descansara hasta las siete. Esa mañana el viento y las hojas habían llegado nuevamente para interrumpir la rutina.

Cada enero comenzaba el juego. Ya estaba anunciado el cierre de aquel Café.

El siempre volvía a divertirse a la vereda del Café. Cada juego era el espejo de muchos momentos. Parecían oírse las risas de los grupos al compás del baile de las hojas. Nadie sabía que volvía. Nadie extrañará esa visita. Sólo quedará el recuerdo que poco a poco irá borrándose; que abre lugar a otros, para eternizar aquellos que, aunque imperceptibles, nunca dejarán de estar.

1 comentario:

  1. Julio me encantó este texto. Me llegó al alma.
    Y me gusta mucho tu blog. El diseño me transmite mucha paz. A seguir construyéndolo.
    Felicitaciones cumpa.

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