lunes, 11 de julio de 2011

Torbellino

Como si estuvieran animadas por un ilusionista las hojas bailaban sobre la vereda de la avenida. La recorrían subiendo y bajando en espiral. Se trasladaban unos cuantos metros hacia un lado y volvían sobre sus pasos. No había ningún espectador para observarlas. Eran las seis de la mañana de un domingo de enero. De pronto el espectáculo parecía llegar a su fin y tomaba nuevamente fuerzas. Volvía a elevarse y a correr por la vereda como un niño jugando.

Las madrugadas de los fines de semana eran desoladas en esa cuadra, como si tuvieran que descansar de la noche de los teatros que siempre termina muy tarde. Las persianas del Café permanecían cerradas. No había porteros de edificios. No pasaba el diarero. Parecía que todos querían que esa calle descansara hasta las siete. Esa mañana el viento y las hojas habían llegado nuevamente para interrumpir la rutina.

Cada enero comenzaba el juego. Ya estaba anunciado el cierre de aquel Café.

El siempre volvía a divertirse a la vereda del Café. Cada juego era el espejo de muchos momentos. Parecían oírse las risas de los grupos al compás del baile de las hojas. Nadie sabía que volvía. Nadie extrañará esa visita. Sólo quedará el recuerdo que poco a poco irá borrándose; que abre lugar a otros, para eternizar aquellos que, aunque imperceptibles, nunca dejarán de estar.

Marumba


Sus noches son largas y confusas. Su realidad esta signada por un gran pastillero que marca la entrada de cada día. No llega a entender porqué las lágrimas de sus hijas, que aprietan su dolor acompañado de ternura. Lo ven poco, porque no pudieron aprender a mezclar el dulce canto de sus brazos fuertes con la mirada lejana.
Nelly, la del día, le habla sin descanso. Su rutina lo encuentra con la magia del despertar en un día nuevo, donde no hay nada atrás, donde se presentan a su encuentro sus corridas por las montañas de Demues. El olor del membrillo, el calor en sus brazos terminando una madreña, el abrazo de su hermano en el puerto de Buenos Aires, la voz de esa hermosa cantaora que le susurraba con los ojos, el llanto de su hermana, a lo lejos, amando los colores del nuevo mundo.
Nelly, la de la noche, se sienta a su lado, paciente, en silencio. Posa su mano en sus arrugas esperando ansiosa que pueda alcanzar ese sueño que algún día, tal vez, lo deje volver a encontrarse con el mundo de hoy, con la risa de sus nietos, con la mesa poblada.
Cada noche de la última semana, él se despierta, se levanta y busca sus valijas. No puede contener su deseo de ir a su casa. Nelly, la de la noche, lo calma con caricias, lo abraza con leche tibia y le explica que al despertar todo volverá a ser canto de pájaros y brisa húmeda. Pero él no comprende porque ese día no está ahí, con Amador caminando los senderos y con su gaita sonando y doblegando corazones. “Tengo que buscar mi Marumba”, repite con ojos enjuagados, “preguntale a Natalita”  le dice a Nelly. Ella lo abraza, lo acuesta y el vuelve a vivir su mesa de favada y sus ansiados picos con ese cielo enrejado de verdes profundos.
Ni Natalia ni Rocío saben que es lo que desvela esas noches. Por más que buceen en su infancia no encuentran esa Marumba que su padre tanto busca. No está en esas historias que ellas siguen repitiendo con el sabor que solo tienen las palabras envueltas por raíces. Cuando ellas le preguntan por Marumba, el sonríe y sus ojos brillan iluminados en silencio.

domingo, 10 de julio de 2011

Las Cartas Hablan

No sé por dónde voy a empezar. Cada una me dijo lo que creía, pero no estoy segura. La última vez estuve como en blanco y la pasé horrible, no puedo hacer lo mismo. Claro, si estuviera con Norma me diría que soy una estúpida, que Marta me domina y que por eso tengo que empezar por lo de Domingo. Pero Marta no lo hace porque sea su primo, a ella que le importa, si al final es más mi amiga que prima de él. Norma no soporta los celos, como si porque ella se quedo firme cuando se murió Carlos entonces tengo que estar siempre haciendo lo que diga ella. Cuatro años desde que se fue, que barbaridad. Parece mentira, si no fuera porque no lo extraño nada me parecería que fue ayer que se murió. Norma parece que lo hubiese querido más que yo, pensar que se murió el día que le iba a decir que me hacía las valijas. Y Norma sabía eso, y tiene más culpa que yo. Por los chicos no le quiero preguntar, mejor no andar tentando al destino, ellos andan bien, la que anda mal soy yo, que no se nada nunca, que la cocina de porquería no me anda cuando tengo que empezar a hacer las empanadas que me encargaron a ver si alguna vez me gano un peso. Si, por los chicos no, además si saben que vengo a gastarme los pocos pesos que tengo no me mandan más un centavo. Como si esto fuera tirar la plata. No saben lo que me ayuda. Prefiero preguntar por Marta, a ella la veo mal, siempre tan asustada por todo, aunque mejor no, que venga y pague ella, son los últimos doscientos pesos que tengo. Mejor le hago caso y pregunto por Domingo, me gusta y eso no es nada malo. Mejor saber a dónde va la relación, así que mejor empiezo por ahí. Total la artritis no va a cambiar demasiado.

jueves, 7 de julio de 2011

Latidos

Tu piel se estremeció. Cada uno de tus poros se abrió al percibir mis latidos. Podía sentir el perfume que emanaba tu cuerpo, y estar ahí parecía un sueño. Tu pañuelo de seda rozó mi brazo, lo pude sentir. Vi esa lágrima rodar por tu mejilla, el brillo de su reflejo me encegueció. Ese resplandor poblado de dolor perforo cada centímetro del lugar, las paredes blancas, las ventanas, mi cama. Los sonidos de tu respiración me ensordecieron. Tu deseo estaba ahí. Pude verte, pude olerte, pude sentir todo lo que sentías. El horrendo artefacto seguía mostrando mis latidos, pero yo ya no estaba ahí.

Carga Pesada

Pensaste en lo que podías provocar acumulando tanto, pero no supiste hasta donde ibas a llegar. Nunca imaginaste que un día, todos iban a despertar.

Uno a uno, lentamente.

Tuviste la oportunidad de hacerlo bien. Cuando la locura necia de los aduladores te tomó, miraste a ese vecino poderoso y te viste reflejado, soñaste con ser como él. La tentación y la codicia te vencieron. Le pediste a tu familia que te apoyara porque sabias que no te iban a dejar solo, pero no mediste a donde los llevabas. Que hubiera pasado si cuando tenías quince y sentías la necesidad de hacer cosas por los demás te hubieran dicho que ibas a ser esto en lo que te convertiste. Soñaste con ser un líder, pero no era parte del sueño ser uno más de esos con la voz llena de pus que tanta bronca te provocaban. Haber sido parte de la lucha más bella de libertad e igualdad te hizo sentir que tenías derecho a todo, pero los que te miraron siempre con admiración empezaron a pensar.

Como hubiera sido el desenlace si te hubieras dado cuenta que el exhorto fue de todos nosotros y no de una justicia absurda regida por los mismos hombres que te abrazaron y apañaron. Que camino hubieses elegido si la firma de ese papel hubiese sido la de tu hijo, al que no lo dejaste ser lo que siempre soñaste, a ese que criaste en la cuna que toda tu vida quisiste quemar.

No escuchaste. No te escuchaste. Estabas ahí, vivo, detrás de esa máscara de dinero y poder. Pudo haber sido diferente.

Equilibrio

Presta mucha atención. Lo que vas a escuchar te puede parecer extraño pero lo vas a comprender cuando los hechos se sucedan. Fuiste vos al que le pasó inadvertido el hecho de que se rompió la normalidad en tu rutina. Los otros lo notaron, percibieron los indicios que fueron apareciendo en cada momento. Sobre todo los que están más cerca tuyo. En los últimos días para vos fue todo normal, pero tendrías que poder repasar cada uno de tus pasos.

Seguramente podrías jurar que todo pasó como siempre, pero sé que no podes recordar ningún detalle de tus actos cotidianos. Pensas que sos consiente de todo lo que vas haciendo pero no. No hay rostros en casi ninguno de tus días, vivís como un autómata refugiado en tus pensamientos. Pero vas a tener que prestar atención, porque en los próximos días el cambio va a ser mayor, no van a ser señales como las que hasta hoy no percibiste, van a ser hechos contundentes que van a transformar tu vida. Vos sentís que tenes control sobre tu vida, pero eso es falso. Totalmente falso. Si no tomas conciencia de los cambios que comenzaron a suceder, es muy probable que sientas que tu vida se acaba.

Te lo repito por última vez, presta atención, no podes hacerte el distraído. La vida tiene un equilibrio y nuestros actos lo mantienen o lo rompen. Tenes que comenzar a tomar conciencia porque si no el golpe va a ser muy grande. Si no prestas atención, lo que es conocido para vos va a desaparecer sin que entiendas porque.

Espero que ahora sí estés atento, espero que dejes de ser un autómata, porque no te voy a decir más nada, el resto lo vas a tener que descubrir vos.

Sesenta y ocho golpes

Intentaba no mostrar sus emociones. Su cady había sacado la bandera. Sentía el murmullo ahogado del público que poco a poco se convertía en un silencio sepulcral. Miraba la línea al hoyo desde la bola y no podía percibir la caída. Lentamente se irguió y recorrió el camino imaginario que su pelota debía realizar. Al otro lado y mirando la bola desde el hoyo, su cady le dijo al oído que iba a caer dos dedos a la derecha. Sintió como le recorría la mejilla una gota incandescente de transpiración. Ya no se escuchaba al público, el sonido de sus latidos era tan fuerte que apenas podía oír sus ideas. Ese tiro era el más importante de sus diez años de carrera, y no sabía qué hacer, por primera vez. Se paro en el stand, hizo su swing de práctica y se dispuso a dar el golpe final. Apenas toco la pelota con su putter comenzó a rodar absorbiendo las pendientes del green. Le tomo menos de tres segundos llegar al hoyo, pero él podía ver cada milímetro de su pelota girar por ese césped, casi burlona, dándole a entender que ese no era su día. Apenas rozo el borde del hoyo se detuvo. Sonrió al público y sintió el desgarro por dentro, no había entrado. Caminó lentamente hasta su pelota para terminar y al llegar hasta ella, creyó verla sonreír mientras se lanzaba dentro del hoyo.

Saber o no saber, esa es la cuestión

Cerrado, así tengo el pecho, o no, es la garganta, no puedo identificarlo, será porque no está ahí, será porque está solo en mi cabeza, y esos ojitos entrecerrados me encantan, pero el pecho cerrado no, o la garganta. Hace unos días Alex me dijo que él había descubierto que esa sensación era angustia, él había pensado que estaba por tener un ataque y cuando descubrió con su psicóloga que era angustia, se le pasó, a mi no se me pasa, igual si lo pienso me parece que son muchos sentimientos encontrados, los sentimientos no deberían encontrarse, son eso, son sentimientos, que locura eso del encuentro, si ni siquiera se conocen, son sentimientos, pero igual se encuentran y se chocan y se pelean como si hubiera lugar para uno solo, eso es lo que debe estar pasando, se están peleando por su lugar, igual no me gustaría renunciar a ninguno, son míos y salvo esos que me provocan rabia y son pocos, al resto los quiero a todos, y cuando lo pienso me doy cuenta que los quiero conmigo y ese es otro sentimiento. No voy a ir al médico, ni siquiera voy a suspender el turno, al final se aprovechan, uno va, explica lo que le pasa, ellos no saben nada pero igual te recetan algo, ah, y por supuesto hay que volver a ir, porque tienen que facturar algún manguito más por otra consulta, cada vez me gustan menos, no sé ni para que mierda saque el turno, pero claro, el miedo está, y que es lo que me pasa solo Dios lo sabe, aunque en realidad solo lo debo saber yo, lo que pasa es que no sé donde lo sé, pero seguro que lo sé, como lo va a saber Dios, si ni siquiera sé quién es, como voy a pensar que Él sabe que me pasa si ni siquiera sé si existe, si, si, se la pasaron diciéndome que existe, pero es igual que con los médicos, tenemos que creer todo lo que nos dicen. Me siento mejor, debe ser que tanto darle vueltas alguno de esos sentimientos se fueron yendo, ¿A dónde carajo van los sentimientos?, que se yo, ¿hace falta preguntarse tantas cosas o es mejor no preguntarse nada y prender la tele?, cuando veo algunos que se hipnotizan, los miro y no parece que tuvieran cerrado el pecho, o la garganta, mejor me voy a dormir, mañana seguro que me despierto con las ideas más ordenadas, ¿por qué será?, ¿será por soñar?, ¡basta!, no empieces con lo de los sueños que me quiero dormir, mejor prendo la tele.

Un cumpleaños más

Había pasado más de media hora y todavía no estaban todos. Carolina había estado semanas preparando el cumpleaños. Los últimos dos años habían sido una hecatombe, y estaba nerviosa por saber si su plan iba a funcionar.

Carlitos ya estaba en posición. Había comenzado a comer y tomar todo lo que pasaba por enfrente. Él era un experto difamador de historias muy reconocido en el grupo. Se dedicaba a difamar cualquier cuento para que empiece la pelea. Raquel tiraba temas uno atrás de otro para ver si lo hacía engranar. Su primo Jorge iba por la cuarta cerveza y ya planteaba temas de religión. Carla, la mayor de las hermanas tenía una remera con una leyenda activista que sabía que iba a provocar reacción en ese grupo conservador. Marga y José fueron los últimos en lelgar, infaltables en esas reuniones que terminaban en gresca generalizada.

Cuando Carolina vio que la reunión empezaba a subirse de tono, tomó su control remoto y puso en funcionamiento su adquisición: el Extractor de Discusiones. Como por arte de magia, en cuestión de segundos las discusiones se transformaron en conversaciones alegres y calmadas.

Apenas unos minutos más tarde, todos comenzaron a levantarse sonrientes saludando y diciendo que tenían que irse. No eran todavía las once y de pronto no quedaba nadie. Carolina tomo el manual del extractor y reparo en la advertencia: “Si la discusión no es muy fuerte ponga el equipo al mínimo, caso contrario los involucrados quedarán sin interés en debatir”. Su papá siempre le decía que primero lea los manuales. Otro cumpleaños fracasado, pensó Carolina.

De pronto escucho gritos. Salió al balcón. Ahí los vio. Casi a los golpes en la vereda. Estaban todos trenzados en una discusión que no pudo descifrar. Carlitos subió la vista, le guiño un ojo y le gritó: “Excelente cumpleaños, como siempre”.

Barómetro

La lluvia hizo una pausa y el viento dejó de silbar entre los árboles, pero no había ni una estrella en el cielo helado. El silencio oprimía los tímpanos, tomaba la forma del anuncio de algo por suceder. El horizonte iluminado fugazmente por relámpagos que no se dejaban oír, como si el mar se los devorara. Esos destellos en el horizonte no dejaban ver más que por un segundo la espuma de la rompiente, que volvía a desaparecer absorbida por la negrura profunda de esa noche otoñal.

Ian se sobresaltó por el silencio. Hacía 12 años que vivía en esa casa colgada del médano, tapada por una frondosa capa de tamariscos y resguardada por una gran columna de pinos que llegaban a la playa desde la estación forestal. Novecientas hectáreas de bosque a sus espaldas no parecían compatibles con ese silencio. Se irguió, corrió la pesada cortina que oscurecía su habitación y sin dejar la cama contempló la negrura de la noche.

Ya no le sería fácil volver a dormir, se puso el pantalón de lluvia que estaba sobre la silla, se calzó sus botas de pesca y con la campera en la mano fue hacia la estancia principal. Encendió el velador a querosene. Antes de salir vio que eran apenas pasadas las cuatro de la madrugada, fue hacia el barómetro y sin salir de su asombro lo golpeó con su dedo índice, como todos los días, para ver hacia dónde viraba. Nunca había visto una marca como ésa, no superaba los quinientos milibares y con tendencia a la baja. Prendió la radio portátil que le hacía compañía por las mañanas. Silencio. Ni siquiera se escuchaba el ruido de fritura, tan común cuando no estaba la sintonía en una estación de radio. Tal como hacía con su barómetro, la golpeó en la rejita del parlante con su dedo índice. Nada cambió. No creyó que tuviera que preocuparse, pero decidió que reforzaría los postigos de toda la casa. Con un barómetro así la tormenta sería grande, y vaya a saber cuántos días duraría. Tan pronto amaneciera iría hasta el pueblo por provisiones extra. Ese mismo lunes había comprado para quince días, pero algo le decía que esto podía durar más y las provisiones se acababan rápido en el pueblo si la tormenta no dejaba pasar los camiones.

Tomó su linterna y abrió la puerta de entrada, accionó la perilla de encendido y nada. Solo silencio. La negrura invadía todo. Sólo un pequeño resplandor venía del interior de la casa. Volvió a entrar, buscó en el cajón de la cómoda donde estaban las pilas, revolvió todo pero no había. Pensó que hacer, la tormenta no tardaría en desatarse. Finalmente decidió que debía esperar la luz del alba, allí podría trabajar en los postigos. Se sentía bien. A cualquiera esa situación le hubiera dado miedo, pero Ian era un pescador solitario, acostumbrado a la soledad y a la oscuridad. Apagó la lámpara y volvió a su cama.

Los minutos pasaban. Ian recostado sin sus botas puestas, pensaba en su vida, es su niñez en el pueblo, en Mora que había fallecido hacía tantos años, en Tobías, su hijo, que se había ido hacía quince años y del que solo recibía tarjetas postales de distintos lugares. Tobías recorría el mundo con Deby, dos locos errantes que no se afincaban en ningún lado. Ni siquiera haber tenido al pequeño Ian los había hecho establecerse. Pensaba cuántas cosas habrán sucedido sin que él hubiera estado allí. No le importaba, había elegido cómo vivir su vida y le gustaba. Extrañar a su hijo lo dejaba vivir.
Pasaron horas, y nada cambió. Ensordecía el silencio, la oscuridad permanecía. No supo cómo pero lo supo, ésa no era una tormenta por venir, un amanecer por llegar, era el momento para repasar su vida, sus amores, sus tristezas. Su vida se agotaba y él era feliz. La muerte no era un castigo, sino el premio que había logrado después de tanto tiempo. Mora se sentó a su lado, le tomó la mano y sonrió.