jueves, 7 de julio de 2011

Sesenta y ocho golpes

Intentaba no mostrar sus emociones. Su cady había sacado la bandera. Sentía el murmullo ahogado del público que poco a poco se convertía en un silencio sepulcral. Miraba la línea al hoyo desde la bola y no podía percibir la caída. Lentamente se irguió y recorrió el camino imaginario que su pelota debía realizar. Al otro lado y mirando la bola desde el hoyo, su cady le dijo al oído que iba a caer dos dedos a la derecha. Sintió como le recorría la mejilla una gota incandescente de transpiración. Ya no se escuchaba al público, el sonido de sus latidos era tan fuerte que apenas podía oír sus ideas. Ese tiro era el más importante de sus diez años de carrera, y no sabía qué hacer, por primera vez. Se paro en el stand, hizo su swing de práctica y se dispuso a dar el golpe final. Apenas toco la pelota con su putter comenzó a rodar absorbiendo las pendientes del green. Le tomo menos de tres segundos llegar al hoyo, pero él podía ver cada milímetro de su pelota girar por ese césped, casi burlona, dándole a entender que ese no era su día. Apenas rozo el borde del hoyo se detuvo. Sonrió al público y sintió el desgarro por dentro, no había entrado. Caminó lentamente hasta su pelota para terminar y al llegar hasta ella, creyó verla sonreír mientras se lanzaba dentro del hoyo.

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